¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO?. HITCHCOCK EN ESTADO PURO

 


Como sospecho que ustedes, queridos crápulas, estarán más que hartos de los dimes y diretes relativos a la formación del próximo gobierno (si lo hay) o si, por el contrario, se tienen que celebrar para desangre de este país unas nuevas elecciones generales en enero, es mi propósito hablar esta semana de una película que al que suscribe le ha encantado. Se trata de ¿Quién puede matar a un niño? dirigida por ese genio ya desaprecido de Narciso Ibáñez Serrador. Esta firmada en el año 1976 año en el que no solo se rodaban españoladas. Esta cinta es buena prueba de ello. 

Podría resultar extraño como una película que se define de terror (género que odio) me ha gustado. En mi modesta opinión, la cinta realmente no es de terror sino de suspense o si me aspan de eso que se conoce como "terror psicológico". Como buena pelicula de suspense, le debe mucho al gran genio Alfred Hitchcock. Es más si se llamase Los niños no habría extrañado a nadie. Las coincidencias entre ambas películas son bastantes. La trama en ambas se desarrolla en una isla apartada de toda civilización. En ambas hay un colectivo que muestra su descontento con el género humano. En Los pájaros son las aves quienes lo atacan por la ausencia de comida mientras que en la película de Ibáñez Serrador son los niños que están confinados en la isla quienes en venganza por la natural tendencia de los adultos en considerarlos cabeza de turco de los males del mundo ("Bueno es que haya chicos a quienes echar la culpa") deciden atacar y dar muerte a toda persona adulta que ose acercarse a la isla.  

El papel de los niños, verdaderos protagonistas de la cinta, es extraordinario. La película empieza con una serie de imágenes del NO-DO en las que los niños son la noticia principal. Sobre éstas se sobreimpresionan los créditos en inglés a pesar de la nacionalidad española de la cinta. Mayor homenaje al genio del suspense no cabe. Tras mostranos unas relajantes escenas playeras, enseguida somos testigos de la inquietante noticia de la aparición del cadáver una mujer en dicha playa levantina. Ibáñez Serrador pasa, a continuación, narrarnos la historia principal protagonizada por una pareja compuesta por una mujer embarazada y su esposo quienes hartos del estrés de la gran ciudad, buscan la tranquilid de un pueblo en una isla perdida en el Mediterráneo. Lo primero que llama la atención de él es la gran cantidad de niños que viven en él. Pese a ello, el pueblo está sorprendentemente vacio. Es un pueblo fantasma. Para los infantes cualquier visita no es muy bien recibida. Es más tratan de acabar con la vida de los visitantes. Además, éstos apenas hablan. Su única comunicación son las sonrisas y una mirada a los ojos con la que logran atrapar para su causa la mente de otros niños. Se llega incluso a emplear el sentido del tacto para lograr que un feto mate a su futura madre. Esto es lo que ocurre cuando una niña entra en un bar del pueblo donde estaba la mujer embarazada y ésta comienza sin mediar palabra a acariciar el vientre de la embarazada. ¡Ni se imagina las funestas consecuencias que tales caricias le van a acarrear!. Para su marido, igualmente, la estancia en la isla será de todo menos tranquila. Acabará perdiendo la razón y algo más. Para no destripar no voy a hablar más. 

El reparto aunque formado por actores desconocidos para el gran público hace una buena labor. Solo voy a poner un pero: la excesiva sobreactuación al final de la cinta de Lewis Flander que le resta verosimilitud a la trama. Los demás firman el sobresaliente. Entre ellos llama poderosamente la atención el papel de un jovencísimo Luis Ciges (El milagro de P. Tinto) como barquero. 

Por todo lo que llevo dicho, la película de Ibáñez Serrador es muy recomendable. La califico, por ello, con un total de ¡NUEVE! albóndigas (sobre 10) siguiendo la tradición de Marta Critiquian en el excelente programa despertador Parece Mentira de Melodía FM.

Cansado de tanta perodata y, dado que en mi ciudad son fiestas patronales, me despido hasta la próxima semana. No sin antes lanzar a los cuatro vientos mi habitual grito de guerra.

¡HASTA LA SEMANA QUE VIENE, CRÁPULAS! 



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